Fiesta de Nuestra Señora de la Candelaria: “Yo soy la luz del mundo”

Con las palabras “Yo soy la luz del mundo” el evangelista san Juan nos pone de frente a una realidad: en un mundo plagado por la oscuridad de la mentira, el egoísmo y el pecado, hay una luz segura, diferente a todas las demás, que no es momentánea ni esporádica, sino que es eterna. Estamos hablamos del mismo Jesús, quien ofrece a quienes le sigan la luz de la vida.

Cuando la Iglesia celebra la fiesta de la Virgen de la Candelaria no está celebrando exclusivamente de una fiesta mariana, sino de una fiesta cristocéntrica, pues se celebra a Cristo como dador de luz a la humanidad. Esta fiesta tiene su origen bíblico en la fiesta de la Presentación del niño Jesús en el templo:

“Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor… Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, este hombre era piadoso y justo y esperaba la consolación de Israel; y estaba con él el Espírito Santo. Movido por el Espíritu, vino al templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la ley prescribía sobre él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar a tu siervo que se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel”. Lc. 2, 22 – 32

La iconografía, como se ve en la imagen, nos muestra que con esta fiesta se quiere honrar a la Virgen en el misterio de la presentación de Jesús, pues el anciano Simeón le anuncia que ella tendrá una clara cooperación en la obra redentora. Por eso, la imagen de la Virgen aparece enmarcada entre las columnas del templo y en sus brazos el niño Jesús, dos palomas (que eran para el sacrificio) y la luz que significa la identidad de quien ilumina a todo ser humano. Además, haciendo alusión a Apocalipsis 12, 1, está coronada de estrellas y con la luna bajo sus pies.

Entendido esto, la Palabra hace un llamado especial a cada cristiano: aprender a recibir la luz de Cristo, así como lo hizo María. Luz que le da un norte claro a nuestras vidas, que nos guía a través de las tempestades interiores, que nos hace ver todo lo que nos une como una verdadera comunidad cristiana, luz que nos muestra que somos seres trascendentes llamados a la eternidad.

Esta celebración que engalana la Iglesia y de manera particular a la ciudad de Medellín y su Arquidiócesis de las cuales es patrona; es una oportunidad más que recordar la necesidad e importancia del cuidado de la vida humana, el respeto por la dignidad de todas las personas, la generosidad que nos ayuda a abolir los muros de exclusión que hemos creado, el perdón mutuo y la vivencia de la fe en la alegría y la esperanza.

A la par de esta celebración, la Iglesia conmemora el 2 de febrero el día de la vida consagrada. Un día para agradecer a Dios por todos los hombres y mujeres que desde su libertad le han dicho “sí” a la invitación que Jesús les ha hecho de construir su Reino en el mundo y de ser luz que ilumina las tinieblas de la tristeza y el dolor.

Siguiendo el ejemplo de María y contando con su intercesión, asumamos con decisión la vocación cristiana a la que hemos sido llamados, que nos pone de cara a Dios mismo y a nuestros hermanos, para seguir construyendo la civilización del amor, la paz y la reconciliación.

Redactada por:

Paula Andrea Santamaría

Docente

Imagen recordando las fiestas de la virgen de la Candelaria

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