San Joaquín y Santa Ana, patronos de los abuelos

Cada 26 del mes de julio la Iglesia católica celebra la conmemoración en honor de San Joaquín y Santa Ana, los padres de la Virgen María y abuelos de Jesús.

Joaquín (significa “Yahweh prepara”), venerado por los griegos desde muy temprano. Es el santo patrono de numerosos pueblos en Hispanoamérica, España y las Filipinas. Ana (significa "gracia"), tenía celo por hacer obras buenas y esforzarse en la virtud. Amaba a Dios sinceramente y se sometió a su santa voluntad en todos los sufrimientos, como fue su esterilidad por veinte años, según cuenta la tradición.

El protoevangelio del apóstol Santiago narra que los vecinos de San Joaquín se burlaban de él porque no tenía hijos. El santo se retiró cuarenta días al desierto a orar y ayunar, en tanto que Santa Ana "se quejaba en dos quejas y se lamentaba en dos lamentaciones". Un ángel se le apareció y le dijo: "Ana, el Señor ha escuchado tu oración: concebirás y darás a luz. Del fruto de tu vientre se hablará en todo el mundo". A su debido tiempo nació la Virgen María, quien sería la Madre de Dios.

Considerados santos patronos de los abuelos fueron personas muy creyentes, de una gran fe y confianza en las promesas de Dios. Ambos educaron a su hija, la Virgen María, Madre de Dios, en un hogar muy tradicional y con las costumbres del pueblo de Israel, una fe enmarcada siempre en el amor hacia Dios y preparándola para la gran misión que Dios le había encomendado en la tierra.

El Papa Emérito Benedicto XVI, resalta en las figuras de San Joaquín y Santa Ana la importancia del rol educativo de los abuelos dentro de la familia. El Papa decía que los abuelos “son depositarios y con frecuencia testimonio de los valores fundamentales de la vida”.

En 2013, el Papa Francisco, en Jornada Mundial de la Juventud Río 2013 (Brasil), destacaba que “los Santos Joaquín y Ana forman parte de esa larga cadena que ha transmitido la fe y el amor de Dios, en el calor de la familia, hasta María, que acogió en su seno al Hijo de Dios y lo dio al mundo, nos los ha dado a nosotros. ¡Qué precioso es el valor de la familia, como lugar privilegiado para transmitir la fe!”.

Debemos, por tanto, acudir a ellos, con tal confianza en nuestras necesidades, ya que su amor es tan grande que su intercesión por nosotros no será menos.

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