La solemnidad de Pentecostés es una de las fiestas más importantes dentro del cristianismo, que tiene sus orígenes en el siglo primero y conserva una gran relación con la Pascua.

Originariamente se le conoce con el nombre de “Fiesta de las semanas” y tenía lugar siete semanas después de la fiesta de los primeros frutos (Lv 23 15-21; Dt 169). Siete semanas son cincuenta días; de ahí el nombre de Pentecostés (= cincuenta) que recibió más tarde.

Según el libro del Éxodo, se celebraba al final de la cosecha de la cebada y antes de comenzar la fiesta del trigo; era una fiesta movible ya que dependía por lo general cuándo llegaba cada año la cosecha a su sazón, pero tendría lugar casi siempre durante el mes judío de Siván, semejante al mes de mayo/junio.

Su origen se dio principalmente como una acción de gracias por la cosecha recogida, pero más tarde tomó un sentido histórico; se empezó a celebrar en esta fecha la alianza en el Monte Sinaí, cincuenta días después de la salida de Egipto y el don de la Ley del pueblo judío.

En el acontecimiento de esta fiesta judía, el libro de los Hechos de los Apóstoles relata el descendimiento del Espíritu Santo sobre los apóstoles (Hch 2 1.4). A partir de este acontecimiento, Pentecostés se convierte en una fiesta de las más importantes para el cristianismo (Hch 20 16; 1 Cor 16,8). El segundo domingo más importante del año litúrgico después de la pascua, en donde los cristianos tenemos la ocasión de vivir intensamente la relación existente entre la Resurrección de Jesús, su Ascensión y la venida del Espíritu Santo.

Es importante celebrar y vivir esta fiesta en honor al Espíritu Santo, “el don definitivo, el don de los dones” (Papa Francisco) prometido por Jesús: que inspira, renueva nuestra vida y nos impulsa a ser testigos de Cristo y de nuestra fe. “Espíritu Santo, Espíritu Paráclito, consuela nuestros corazones. Haznos misioneros de tu consolación, paráclitos de misericordia para el mundo. Abogado nuestro, dulce consejero del alma, haznos testigos del hoy de Dios, profetas de unidad para la Iglesia y la humanidad, apóstoles fundados sobre tu gracia, que todo lo crea y todo lo renueva. Amén.” (Papa Francisco)