“Vayan a galilea…”
“…Vayan a Galilea. Allí me verán” Marcos 28, 10b
Para los cristianos, la pascua es un gran acontecimiento que nos pone en frente la victoria de Jesús sobre la muerte. No consiste solamente en recordar o hacer una obra de teatro sobre la resurrección, por el contrario, gracias a la acción del Espíritu es el mismo Jesús quien resucita cada noche de sábado santo, en la que el pueblo de Dios se congrega para celebrar la Vigilia Pascual, madre de todas las vigilias.
Los hebreos afirman que la noche de la Pascua es una noche de recuerdo; se traen a la memoria todas las maravillas que Dios ha obrado en la historia: la creación, el paso por el Mar Rojo, la predicación profética, etc. Y si prestamos atención a las lecturas de la Vigilia Pascual, evidenciamos por medio de esta liturgia de la Palabra, el recorrido por toda la historia de la salvación, que alcanza su plenitud en el Plan de Dios realizado en Jesús. Sin embargo, para los cristianos, la Pascua no es solo un recuerdo, es una actualización de la victoria de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte.
Siendo conscientes de esta realidad que aún estamos celebrando (porque la Pascua en la Iglesia dura 50 días), debemos preguntarnos qué nos queda después de la celebración de los días santos. Estuvimos junto a Jesús en la última cena el jueves, fuimos testigos del lavatorio de los pies, caminamos con Él hasta el Gólgota y vimos cómo los clavos lo sujetaban en la cruz hasta morir. Acompañamos a las mujeres hasta el sepulcro para ungir con aromas el cuerpo del Señor. ¿Y ahora qué? ¿Hacia dónde miramos?, ¿qué camino tomamos? Tal vez estemos confundidos o temerosos como los discípulos al saber que el proyecto por el cual habían apostado durante varios años se vino al piso.
Tal vez nos cuesta entender cómo en medio de tanta turbación que hay hoy en el mundo, los cristianos pueden seguir hablando de esperanza. Pues bien, la clave nos la da el evangelista Marcos, cuando narra el encuentro que tienen las mujeres con el ángel y les anuncia que Jesús ha resucitado. Ellas salen con miedo y gozo a compartir esta noticia con los demás discípulos y entonces… “Jesús les salió al encuentro y les dijo: —¡Alégrense! Ellas se acercaron, se abrazaron a sus pies y se postraron ante él. Jesús les dijo: —No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, donde me verán.” (Marcos 28, 9 – 10).
Galilea fue el lugar donde todo inició: donde Jesús eligió a algunos pescadores para que fueran sus discípulos y emprendieran juntos el proyecto de la construcción del Reino de Dios. El Resucitado nos llama a cada uno de nosotros a nuestras Galileas, al origen, al amor primero, para encontrarlo a Él allí y vivir de acuerdo con el amor, al perdón y la justicia que Él predicó. ¿Cuáles son nuestras Galileas? Mi familia, mi grupo de amigos, mis compañeros de trabajo, la parroquia donde presto un servicio pastoral. Ya no podemos buscar a Jesús en el sepulcro, debemos buscarlo entre los hermanos y relacionarnos con ellos como lo haríamos con el mismo Cristo que acaba de dar su vida por mí: con alegría y sin miedo.
Además de buscar al Resucitado en nuestras “Galileas”, es importante que Escuchemos la voz del Señor que nos habla a través de su Palabra: “Con amor eterno te amaré” (cf. Jr. 31, 3). Él nos ama con misericordia eterna, pero muchas veces nos cuesta dejarnos amar, por eso gastamos la vida en lo que no nos llena, en lo que no nos sacia. De ahí la segunda idea para reflexionar en esta Pascua, una pregunta muy seria: ¿En qué hemos gastado nuestra vida? ¿realmente tenemos un alimento que nos nutra espiritualmente? O acaso ¿hemos abandonado la fuente de la sabiduría?
Luego de experimentar tanto caos que ha dejado a su paso la pandemia, necesitamos una Luz que no se extinga, una Luz que nos ilumine con esperanza. En definitiva, necesitamos un encuentro real con el mismo Cristo que al vencer la muerte, nos ofrece la eternidad. Nuestra vida es finita pero la resurrección de Jesús la ha hecho trascendente.
Jesús es la contrapropuesta de Dios para el reino de la muerte. Tendremos vida para siempre con el Señor. Él es el camino y para nosotros tiene senderos de paz en nuestras “Galileas”. Si el pecado nos conduce a la tristeza, el Señor nos da la vida. Así que sigamos en esta Pascua escuchando, creyendo, trascendiendo y adhiriéndonos a este amor gratuito de Dios que se nos da en la persona de Jesucristo.